Cuando los
auto proclamados intelectuales no pueden o no quieren interpretar la
realidad se convierten en ordenadores
con discos rígidos de abundante información pero sin la capacidad de
relacionar.
Argumentar,
si se me permite el desmedido verbo, que Cristina Fernández de Kirchner montó
un escenario post mortem de su esposo, Néstor Kirchner, es como mínimo una idea
“carriosista” con todo lo que ello lleva implícito de falta de respeto a la
humanidad y de pueblo que se siente representado.
Como nunca
antes se han caído los velos de la intolerancia de muchos comunicadores,
intelectuales y políticos que muestran un denodado antikirchnerismo semejante
al otrora antiperonismo de los años 50. Evidentemente
no han aprendido nada.
Ahora, eso
sí, ser profundamente anti K no les impide llenarse los bolsillos con
publicaciones vergonzosas.
Publicaciones
que gozan de todos los beneficios de lugares preferenciales, penetración y
oferta que abarca desde los supermercados, las librerías más famosas y hasta los
newletter.
Con todo
ese andamiaje mediático a su favor, con todo el espacio y el papel, con todo el
tiempo para sí, no han podido penetrar en el convencimiento del pueblo que los
mira anonadados por tanta impunidad al garete.
Se les
acabó el minuto de gloria. Supieron
aprovechar los noventa aplaudiendo a un antiperonismo disfrazado de peronismo.
Compraron
todos los espejos de colores que le fue posible comprar y viajaron a lugares
recónditos aprovechando la oferta de una convertibilidad que terminamos pagando
nosotros, ese mismo pueblo tildado de populista, a fuerza de pobreza y exclusión.
Llegó la
hora de devolver el ropaje porque la fiesta gorila se acabó.
Se acabó de
una manera pacífica y ejemplar, pletórica de alegría y juventud, atravesada por
la familia de clase media que entendió su lugar en la política y dejó de ser
idiota útil.
Las almas
oscuras de estos intelectuales nos alejan de la cultura impostada que profesan,
la actitud extranjerizante que declaman nos indigna y la soberbia bizantina que los identifica nos produce
rechazo.
La cultura
argentina no está ni estuvo allí, hoy como nunca tienen un reloj que atrasa dos
siglos.