EL DESPRECIO
"Me levanté en espíritu y abrí los ojos sobre esa realidad. Me sentí extrañamente lleno de angustia y furia. Me llené de desprecio y amor. Creí haber llegado a un momento fértil de mi vida, a ese en que el torbellino del alma nos dice cuáles son nuestros odios fuertes, cuáles nuestros amores fuerte, qué es lo que llevamos en nosostros frágilmente y qué lo inconmovible, lo rudo, lo perdurable; qué es lo que llevamos hecho ruina y qué lo que llevamos de naturaleza imbatible. Y estaba ahí circundado por los dos países, aquel contra el que me levantaba, en el que no me resignaba a vivir, aquel del que quería conservarme inexorablemente alejado; y el otro, el creador, el país verdadero, el país mío, mi país, mucho más fuerte que el otro, como son más fuertes que la ola externa las corrientes de profundidad.
No pasa de ser un engaño creer que nuestros amores y nuestros odios se originan al azar; esos sentimientos elementales hacen de nosotros criaturas elementales, nos recogen, antes de devolvernos en la pasión con mayor fuerza, en las playas de nuestro propio yo, y cuánto más cerca estamos de nosotros es cuando somos más elementales; no se ama ni se odia de un modo instintivo e infantil, y aun en el amante más parco de corazón, esos movimientos del ánimo lo tienen todo de borrasca y nada de reflexiva continuidad; oscura borrasca querer y oscura borrasca odiar, como es oscuro todo en el niño que llora y ríe según secretos humores; oscuro e instintivo, pero con nada de azar; todo, como en el niño, atado a leyes inmanentes en cada organismo. Lo que odiamos y lo que amamos son el fruto del extraño florecimiento de nuestro grano una vez muerto, la especie de bien que puede al fin conceder libertad a la confusa, compleja y contradictoria maraña de nuestros males; odiar y amar son: saber al fin lo que queremos; y tal vez el único modo que tiene el hombre de abrirse paso en sí y salir afuera, forma por la que escapa un día de su intrincada selva."...