No quiero caer en los lugares comunes, simplemente diré que Mercedes Sosa me acompañó en la soledad en que quedé después de marzo del '76, que sostuvo mi alma, con su voz y su música, durante el ostracismo argentino y que alegró mi corazón con su vuelta a casa y la tarea fenomenal que desarrolló creyendo en el talento argentino, apuntalándolo y proyectándolo.
La convicción de sus ideas tal vez le quitó mucha alegría y vida por vivir.
No sabemos si para ella valió la pena porque eso es muy personal.
Estoy convencida que para nosotros, egoístamente hablando, sí.
Estoy cansada de ser espectadora de vidas que se van antes de lo debido por esta puta falta de valores, por este puto egoísmo, por esta puta transformación de una sociedad sesgada, recortada por la ambición y tallada por la avaricia ,que se permite ser feliz a costa de tanta gente que queda en el camino.
Las guerras verdaderas son las que matan todos los días a niños inocentes, hombres y mujeres excluídos que no tiene acceso ni siquiera a lo básico. Esta gente ignorada recibe la caridad de la misma mano que les roba su derecho a la vida y escuchan el sermón de una iglesia clasista que también los ignora, porque no es capaz de ver el Cristo en este sufrimiento profundo de la tierra.
Todas las desgracias argentinas, más allá de quiénes las llevaron a la práctica, contaron con el apoyo de una gran parte de la sociedad.
Más que hablar de los políticos, que en definitiva son un grupejo de hombres representativos, deberíamos mirarnos al espejo para ver quiénes somos en verdad.
Cuando un ciudadano evade en su Declaración de Ganancias, y todos sabemos que son muchos, está matando en forma indirecta a un niño desnutrido. Dejemos los grises y olvidemos los eufemismos que nos justifican y pongamos cada cosa en su lugar.
La peor inseguridad que se sufre en la Argentina, la sufren los desposeídos.