Bastaría pensarse viviendo en una Argentina económicamente justa para sentirse feliz, pero lo cierto es, que el pensamiento y hasta el deseo están muy lejos de la realidad.
Los empleos que la mayoría de las Pymes (Especialmente las micro) tienen reservados están destinados a sus hijos y parientes más cercanos.
La elección no tiene nada que ver con la capacidad sino con la dinastía. Es por ello que encontramos en estos trabajos a infinidad de incompetentes cuya única razón de estar es su rango genealógico.
Los padres ahorran en mantenimiento colocándolos en puestos sin que medie capacidad o responsabilidad alguna.
Por otro lado, los jóvenes que no tiene la suerte de tener familia con alguna empresa y a pesar de tener idoneidad, no tienen posibilidades de acceder a ese primer empleo.
Así estamos, así seguimos.
Parece la política, si no están los mismos, están sus hijos.
Lamentable inequidad que hace que los jóvenes asimilen una escala de disvalor fundamentada en el privilegio de unos pocos sobre el olvido de un montón.
Es así como aseguramos la mediocridad, prolongamos la injusticia y afianzamos el resentimiento.