Cuando resignifico los festejos del Bicentenario no puedo evitar analizar qué visión de este acontecimiento histórico, tuvieron aquellos encargados de su planificación.

Muy tentadora podría haber sido la idea de organizar un evento popular, con pocas ambiciones y con la simple idea de pasarla, más o menos bien, debido al viejo  prejuicio que al pueblo le alcanza solo con pan y circo.

Con poco y nada de  interés, los medios siguieron la organización de este evento apostando a la realización de una suerte de bailanta callejera, cuya mayor atracción fuera un choripán con cerveza. 

Eludieron espiar, en el buen sentido de la palabra, la previa de esta fiesta “bárbara”, sostenidos en el viejo dogma que todo lo peronista tiene olor a "negro".

Sabemos que no hay secretos bien guardados en la tarea de gobierno si se trata de indagar y tenemos la convicción que tanto la oposición en lo político, como la oposición mediática en lo social, ningunearon la celebración sobre todo porque venía de este gobierno que preside Cristina.

El nivel de los actos no fue el esperado, por suerte y para bien de todos nosotros.  No se imaginaron ni mucho menos pensaron en el protagonismo de la calidad, del contenido histórico cultural y de la alegría, como corazón de una fiesta perfecta que logró sorprendernos desde el llano hasta el privilegio.

Es casi natural que aquellos habituados a desmerecer lo popular, haya pensado que este gobierno en particular, con su sesgo autoritario, con sus formas bruscas y su malhumor, pudiera organizar un evento para su pueblo pensado en un pueblo inteligente.  Menos aún pudieron suponer que en esa armadura le dieran un lugar preponderante al respeto y  valoración del soberano.

Y el pueblo respondió.  Su presencia volcada masivamente en las calles engalanó la fiesta...

Ese pueblo dijo presente.  Se sintió respetado, palpó la consideración y el cuidado con que fue preparado el festejo.

No fue una casualidad que la idea de celebración se haya volcado hacia afuera, en evidente contraposición con aquellos que entienden los agasajos hacia adentro.

Y no faltaron los símbolos. 

Un Te Deum en la Catedral metropolitana donde Bergoglio a la cabeza dio amparo a personaje "pandescos" que fueron espejo de una sociedad pensada para pocos.

Otro Te Deum provinciano y popular, en la Basílica de Luján, donde se encontraron las manos de una presidenta emocionada saludando sin retaceos a su pueblo.

Miles de personas en las calles, alegres, reconfortadas, entusiastas por las distintas propuestas artísticas de nuestro acervo cultural, sintiéndose protagonistas de la consideración, engalanados en la idea de haber sido tomados en cuenta. 

Toda esa humanidad que asistió a los festejos tiene pocas oportunidades de asistir a eventos de esta envergadura donde ellos mismos son el centro de la celebración y eso se palpó en la solidaridad, en la buena onda en la ausencia de agresiones.

Por otro lado, fueron muchos los sectores de clase media que se tomaron el fin de semana largo para vacacionar y de paso evitarse la complicación de una ciudad caótica.

En clara oposición a muchas familias del interior que entendieron que el festejo valía la pena y se vinieron para acá...

Dos pensamientos... Dos cosmovisiones.

Para terminar con los desafíos simbólicos, asistimos a la reinaguración del Teatro Colón, lugar emblemático que mantenemos todos para el disfrute de pocos, esto como refutación a la necedad de los que hablan del gran gasto...

El Colón se lleva una buena tajada del presupuesto y el pueblo lo paga mansamente porque entiende desde la intuición la diferencia entre gasto e inversión...

Esta reinaguración puso sobre el tapete la decadencia moral. 

Figurones, vedettongas de dudoso prestigio, periodistas de incierta capacidad, salvo el arrodillarse frente al poder por poder...

El medio pelo argentino, la idiotez utilitaria, una masa pequeña, y digo masa por la falta de pensamiento crítico que esconde el vocablo. 

Los dueños del poder mediático al frente, detrás el verdadero poder que no necesita estar presente, todos con aires de pertenencia, incomodando a los que verdaderamente aman el arte y se resisten a banalizarlo. 

 Los Rial, los De Narváez, los Cobos, la Gimenez, los González Oro, los Majul, los Magnetto por nombrar los más mediáticos...

Es un buen momento para tomar distancia y anotar. 

Entender las razones profundas por las que estos personajes defienden cada postura y la indefectible realidad que lo hacen para sostener privilegios, para ocupar lugares a los que no tienen pertenencia, no por motivos de élite sino por falta de aprecio...

En un testaferrismo que retiene las ideas anti populares, donde se sienten tan cómodos como impunes y donde es evidente el retorno de gratificaciones que producen vergüenza ajena.

Mientras estos personajes entraban al Teatro Colón, muchos curiosos miraban detrás de las vallas.  Separados de su pueblo pasaban por una alfombra roja, ajenos a la gente en una suerte de “perfecta organización”.

En el otro escenario, el popular, cantaba el chaqueño y el pueblo real saltaba de alegría, agitando las banderitas patrias, felices de ser protagonistas de la historia.

La inseguridad, el caos, la crispación, no sabemos, pero presentimos que se la deben haber llevado en las valijas los que se fueron de mini vacaciones...  O lo que es mucho peor aún: 

El miedo que quieren imponer los medios, es una instalación fantasmagórica a la que el pueblo dijo NO.